La nueva edición de Warhammer Age of Sigmar está al caer, y lo hará con estrépito. La Alimañada ha volatilizado una vasta región de Aqshy, la Gran Rata Cornuda se ha alzado para ocupar su lugar en el panteón de los Dioses del Caos, e incontables hordas de rátidos invaden los Reinos Mortales.
Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí? El camino ha sido largo y sinuoso, y el equilibrio de poder se ha visto alterado tal y como auguraban los presagios. A lo largo de seis libros, la saga Portamaneceres narra la historia de la Cruzada del Cometa de dos colas desde que emprendiera la marcha desde Hammerhal. Ambas secciones se fueron abriendo paso a través de Aqshy y Ghyran, enfrentándose a monstruosidades de la talla de Trugg el Rey Troggoth y Ushoran el Reydestío, y a un sinfín de escollos que amenazaban con arruinar la expedición.
La destrucción de Ascuagarda
La misión de la Cruzada del Cometa de dos colas era fundar nuevos baluartes de Sigmar, pero desde el principio sabíamos que una de estas ciudades estaba condenada al fracaso; al final, resultó ser Ascuagarda. Erigida en las faldas de Monteceniza, sobre las ruinas de lo que otrora fue una imponente ciudad, parecía un lugar seguro. Pero el gran plan skaven de trasponer la vil subdimensión de Plagópolis a los Reinos Mortales puso fin a aquel sueño.
La Alimañada transformó violentamente un tercio del Gran Erial en el Roer, un paisaje infernal corrompido por piedra bruja y salpicado de pútridas torres de madera y bronce. Aunque Ascuagarda estaba lejos del epicentro del cataclismo, las ondas de energía del Caos atravesaron las montañas de la Cadena Adamantina y asolaron la nueva ciudad, saturando de poder arcano sus ídolos guardianes hasta hacerlos añicos. Los pocos que lograron sobrevivir al aire abrasador y los violentos temblores, ciudadanos extenuados y fanáticos de la Gran Rueda, se encaminaron hacia el oeste en busca de refugio. Solo los locos y los más valientes permanecen para defender la ciudad en ruinas. Los Forjados en la Tormenta se han movilizado en masa para contener el inminente asalto skaven, pero el precio de la guerra eterna por los Reinos Mortales es cada vez mayor. Un sacrificio que encarnan los temibles y atribulados guerreros de las Cámaras de Perdición.
El cataclismo jamás habría acaecido sin la colaboración involuntaria de las tribus Pactoscuro de Aqshy. Espoleadas por un patrón daemónico a corromper la tierra para expulsar a los invasores sigmaritas, se dejaron engañar por el Rey Alimaña Skreech, cuyo plan no era envenenar el reino para acabar con los débiles, sino destruirlo por completo.
Los Skaven habían logrado convencer al mismísimo Archaon el Elegido para que se sumara a su causa, pues la ascensión de la Gran Rata Cornuda prometía generar inestabilidad en el panteón, y perturbar el Gran Juego favorecía los intereses del Rey de Tres Ojos. Tras la destrucción de las llanuras orientales que tantas tribus Pactoscuro consideraban su hogar, Gunnar Brand juró que su venganza sería terrible.
¿Y qué fue de Ghyran?
Ascuagarda no fue la única ciudad en caer durante los sucesos de la saga Portamaneceres. Si bien en Ghyran, la nueva ciudad de Cardenillo, reconstruida tras salvarse de la destrucción a manos de la Guardia de Varán gracias a la intervención de Belthanos y sus Kurnothi, tuvo mejor suerte, no fue así con Fenicium, que acabó pagando un altísimo precio: el saqueo de Abraxia y sus Espadas del Caos. La lugarteniente del Elegido, llevada por la locura de la Maldición de la sangre real, destruyó la encarnación de la llama sagrada de ur-Fénix y consumió a su huésped mortal para que el fuego arcano devorase los delirios que amenazaban con desquiciarla.
La Lanza del Elegido centra ahora sus esfuerzos en erigir, a partir de las cenizas del templo de la bestia divina, una fortaleza del Caos desde la que conquistar la Franja Siempreverde. La llama de ur-Fénix se ha extinguido… salvo por una única ascua que Ellania y Ellathor lograron recuperar.
Y los problemas de Ghyran no acaban ahí. Desde que Kragnos dio comienzo al Tiempo de la Bestia y redujo a escombros buena parte de la capital ghuriana, el ariete viviente había liderado incontables ¡Waaagh! a lo largo y ancho de los Reinos Mortales. Con la ayuda de su antiguo aliado, Lord Kroak, los hermanos Krondys y Karazai intentaron volver a encerrar al Dios del Terremoto una y otra vez. Recientemente, con el apoyo de Alarielle la Reina Eterna, formaron el Consejo de la Vida y lograron atrapar a Kragnos en Ghyran, donde ahora libra una batalla eterna contra legiones de Serafones; una prisión del todo apropiada para un Avatar de la Destrucción, pero que difícilmente lo retendrá por mucho tiempo.
No obstante, no podía haber ocurrido en mejor momento, pues acababan de encontrarse indicios de que unos pocos Drogrukh habían sobrevivido a la guerra contra los Draconitas, aunque Gobsprakk, que había estado tergiversando las profecías para que Kragnos obedeciera a sus intereses, se apresuró a borrar todo rastro de ellos. ¿Quién sabe qué ocurriría si el Dios del Terremoto llegara a descubrir la traición o, peor aún, lograra reunirse con su pueblo perdido?
Ahora, la Hora de la Ruina se acerca, el enjambre skaven no hace sino crecer, y Sigmar ha enviado a los curtidos veteranos de las Cámaras de Perdición a fin de volver a inclinar la balanza a favor de las fuerzas del Orden. Sin embargo, todavía está por ver si lo lograrán, y qué otros horrores aún acechan en la oscuridad, tramando la forma de extinguir para siempre la llama de la esperanza.