Grimsnik se asoma entre las ruinas amontonadas, otea por encima de los muros derribados por las explosiones y entre montones de hollín y cenizas. El chizme de detección que le dio el Mekániko Nugzott aumenta su campo de visión. Es un chizme enorme, conectado por cables gruesos al bloque transmisor del costado de su mochila. Pero Grimsnik es un Noble Orkomando; incluso si el chizme de detección fuera un pesado incordio, un Hacha Zangrienta nunca lo dejaría traslucir delante de sus muchachoz. Además, Nugzott es bueno con estos kacharrukoz, y el dispositivo está resultando extremadamente útil.
Justo en este momento, el brillo de los glifos marcadores le muestra a tres soldados humanoz que patrullan entre las ruinas. Van de aquí para allá por la base de la colina que Grimsnik y su peña tienen que alcanzar. Arriba hay una torre medio derrumbada que podría ser la zona ventajosa que necesitan pero, por mucho que esto fastidie sus principios orkasianos, tienen que hacerlo sin mucho dakka y estruendo.
Grimsnik se da la vuelta y recorre con la mirada a sus muchachoz. Se han reunido a su alrededor en la carcasa hueca de un viejo edificio de humanejoz. Agachado entre ellos hay un mekániko impregnado de aceite del Klan Kráneo de Muerte llamado Boggz. Es uno de los favoritos de Nugzott. Atado a su espalda lleva un artilugio tan grande y pesado que deja en ridículo a su chizme de detección. Grimsnik sigue sin tener claro qué hace exactamente Boggz aquí, o para qué sirve su dispositivo, solo que es tarea de los Hacha Zangrienta llevar al chapuzaz hasta una zona ventajosa y protegerlo mientras hace lo que sea que el Mekániko Nugzott le ha dicho que haga.
Consciente de los centinelas humanejoz que patrullan cerca, Grimsnik emplea el complejo y (en su opinión) extremadamente astuto código no verbal que ha desarrollado con su peña para tales situaciones. Primero, señala con su gruesa garra en la dirección aproximada de cada centinela. Luego, hace movimientos firmes de corte para dividir a la peña más o menos en tres. Después de llevarse el dedo a los labios y fruncir de nuevo fieramente el ceño a los chicoz (dirigiéndose sobre todo a Uznog, que sostiene esperanzado su preciado lanzakobetez), Grimsnik concluye las instrucciones con un movimiento de corte de garganta violentamente exagerado.
Momentos después, la peña de Grimsnik se pone en marcha. Se deslizan a través de las ruinas con la modélica astucia de los Hacha Zangrienta, sin apenas hacer ruido a pesar del equipo que los engalana y la masa musculosa de sus físicos. Grimsnik lleva a Uznog en su grupo (para vigilar mejor al idiota de gatillo fácil) y también al chapuzaz Boggz, que avanza pesadamente bajo su carga mecánica. Rezagándose un poco para evitar que algún Orko cause problemas, Grimsnik se deleita con el espectáculo de los otros dos grupos de Orkomandos dando caza a su presa.
En el flanco izquierdo, Trampozo, el grot de la peña, asoma la cabeza desde detrás de un muro a punto de derrumbarse y se agacha rápidamente. Suficiente para captar la atención del centinela. El humanejo frunce el ceño y se gira hacia donde está Trampozo. En ese mismo instante, Gran Grug aparece por detrás del distraído centinela, le rodea la cara con su grueso brazo y prácticamente le rebana la cabeza de una sola pasada.
Las piedras saltan por su derecha mientras Grimsnik corre entre las ruinas. El Rajador Lugg se ha lanzado sobre su centinela desde una ventana del primer piso, pero el humanejo ha sido inesperadamente más rápido que Lugg. A través de un hueco, Grimsnik acierta a ver a ambos luchando. La pelea se resuelve cuando Zogdak se desliza por detrás del segundo humanejo y le golpea el cráneo con la culata de su gran akribillador pezado.
Da igual, la pelea ha causado el suficiente ruido como para que el último centinela (el objetivo del propio Grimsnik) se ponga en alerta. Se vuelve hacia el ruido mientras busca a tientas algún tipo de cachivache de comunicación en su cinturón.
Kon doz piñoz, se dice Grimsnik. Desengancha un hacha pesada de su cinturón y acelera. Con un movimiento bien practicado, el Noble Orkomando lanza el arma dando vueltas por el aire. La hoja golpea al humanejo en la sien emitiendo un sonido carnoso, mientras cae como un saco de estiércol de garrapato.
Grimsnik avanza cuesta arriba hasta la cima con su peña. Se abren camino a través de más ruinas, la mayoría de las cuales parecen haber sido derribadas por ondas expansivas, o incluso terremotos; desde luego, no por dakka. Grimsnik deja a la mayoría de sus orkomandos atrincherados abajo y conduce a Zogdak y al chapuzaz Boggz por los desmoronados escalones de la torre hasta el tercer piso. Allí, ignorando los alarmantes crujidos y balanceos de la estructura, Grimsnik y Zogdak se esconden tras la escasa cobertura que ofrecen los livianos muros de la torre. Mientras, Boggz se pone manos a la obra con su artilugio.
Levantando de nuevo el chizme de detección, Grimsnik mira fijamente hacia la ciudad de los humanejoz, ahora visible a media distancia. No puede evitar sentirse impresionado. Es enorme, con muros altos y muchas defensas. También hay numerosas estructuras industriales que arrojan una niebla sucia o columnas de llamas hacia los cielos cubiertos de hollín. Para decepción de Grimsnik, esta es la causa por la que la infame zuperarma de los humanejoz se oculta a la vista. Tiene la sensación de que hay algo absolutamente colosal en medio del humo (después de todo, no se puede ocultar algo del tamaño de una montaña), pero no acierta... del todo...
Zogdak le da un golpe en el brazo para llamar su atención y apunta con el cañón de su akribillador pezado kon mirilla. Grimsnik sigue el gesto y se encuentra una fortaleza humaneja medio oculta entre su posición actual y las distantes murallas de la ciudad. A la sombra de la estructura hay lo que Grimsnik reconoce rápidamente como una estación maglev de humanejoz. El fuerte parece haber sufrido la misma suerte que las ruinas que lo rodean, aunque muestra signos de haber sido apuntalado repetidas veces en un esfuerzo por mantenerlo en pie. Grimsnik está bastante seguro de que no resistiría un ataque decidido de los chikoz, y eso dejaría la cabeza de línea indefensa. Siguiendo las vías con la mirada, el Noble Orkomando ve cómo se sumergen a través de un túnel fortificado en las murallas de la ciudad. Por ahí ze puede pazar, piensa.
Es en este punto cuando un zumbido en aumento y un crujido estático anuncian el éxito del chapuzaz. Grimsnik está a punto de decirle al tonto que se calle, pero se encuentra cara a cara con una réplica del tamaño de un grot y cargada de estática del Mekániko Nugzott, hecha a partir de energía verde brillante. En los márgenes de la proyección asoman otras figuras. Grimsnik puede distinguir al Jefazo Mordizko de Víbora mirándolo con recelo, y la enormidad del Jefe Goff Gargdregga asomando sobre Nugzott.
El Orkomando no puede resistirse a mirar hacia el cielo. En algún lugar allá arriba, en el vacío sobre Volkus, Nugzott y sus jefes deben de estar alrededor de una proyección verde igual de granulada que la del propio Grimsnik.
—¿Y qué? —pregunta Nugzott, con la voz ligeramente desincronizada con los movimientos de su boca—. ¿Zabez ya kómo entrar, Grimsnik?
—No me haze falta —retumba el Jefe Goff Gargdregga, antes de que Grimsnik pueda responder—. A mí, eze liztillo Hacha Zangrienta no me tiene ke dezir kómo entrar. Peazo tontería. ¡Yo y miz muchachoz amoz a pizotear laz murallaz de los humanejoz!
—Prueba, y ya veráz kómo te zurra la zuperarma de los humanejoz antez de ke ni te azerkez —, responde Nugzott con desdén. —¡Eztá klaro! ¡Tenemoz que zer aztutos o no conzeguiremos nada!
Nugzott aparta la mano del Jefazo Rippa (el Mordizko de Víbora había comenzado a tocar la holoproyección de Grimsnik con recelosa desaprobación) y vuelve a intentarlo.
—Ezcupe, Grimsnik, ¿qué tienez?
—Kreo ke hay un modo aztuto para llegar a la ciudad de los humanejoz y ke loz chikoz de Gargdregga le hundan zuz piñoz —responde Grimsnik—. Lo he grabado todo con tu chizme de detección. Te lo mando.
—Bien hecho, Grimsnik, aztuto idiota —sonríe Nugzott—. En un pliz plaz eztaremos pizoteando a ezos humanejoz. Y... eze peazo botín... —Incluso con esa luz verde granulada, la mirada avariciosa en la cara del Mekániko es evidente—. ¿Qué paza con el peazo botín? —pregunta Nugzott, tal y como esperaba Grimsnik—. ¿Ya le haz echado un ojo?
—Eztá lejoz, jefe —evita Grimsnik—. Y hay mucho humo y niebla.
—¡Porraz, Grimsnik, ez tan grande como un montón de gargantez! —exclama Gargdregga—. ¿Kómo no vaz a verlo?
Apretando los dientes, Grimsnik se vuelve para señalar los bancos de niebla que oscurecen la visión. Sin embargo, justo en ese momento, una corriente de aire separa los contaminantes atmosféricos como si se tratara de una cortina. De repente se puede ver la zuperarma, colosal, casi divina en sus proporciones, elevándose sobre el paisaje urbano. Algo en lo más profundo de Grimsnik no puede evitar reaccionar ante un potencial destructivo tan increíble. En ese momento, siente lo que su indomable psique Orka alcanza a entender como un verdadero asombro.
—Tienez ke verla, jefe —dice, y vuelve a llevarse el chizme de detección a la cara—. ¡Ke me azpen, tienez razón! ¡Tenemoz ke zaquear ezo!